sábado, 6 de noviembre de 2010

Soledades compartidas


Hay momentos que nos invitan a la soledad del cuarto, a la lectura tranquila, a los placeres reposados de la tinta y el papel, mientras fuera se oyen apagados los sonidos del atardecer otoñal, lleno de dulzura. Rodeado de libros y aplazadas otras ocupaciones, te dejas llevar por ellos y se enlazan unos con otros como movidos por algún arte mágico, al igual que le ocurre a esas canciones que despiertan en tu recuerdo, tras mucho tiempo dormidas, y sientes la irresistible tentación de escuchar y todo es aplazable menos su escucha inmediata. Y una canción te lleva a otra, al igual que unas páginas abren otras o unas palabras encierran el eco lejano de algo leído hace mucho en un lugar muy distante. Las voces y los ecos de los que nos hablaba Antonio Machado.

Eso me ha ocurrido esta tarde de viernes. Me ha venido a la memoria un poema de Luis Cernuda que hace tiempo que no leía: Soliloquio del farero. He cogido el libro y se han despertado los ecos. A modo de monólogo dramático, un farero reflexiona sobre su pasado y sobre cómo el niño solitario que fue se perdió de joven por culpa de menudos amores ni ciertos ni fingidos, por culpa de los viejos placeres prohibidos. Pero ahora, gracias a la soledad, se ha reencontrado:

Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma.

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
Quieto en ángulo oscuro,
Buscaba en ti, encendida guirnalda,
Mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
Y en ti los vislumbraba,
Naturales y exactos, también libres y fieles,
A semejanza mía,
A semejanza tuya, eterna soledad. [...]

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
Que yo fui,
Que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
Por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
Limpios de otro deseo,
El sol, mi dios, la noche rumorosa,
La lluvia, intimidad de siempre,
El bosque y su alentar pagano,
El mar, el mar como su nombre hermoso;
Y sobre todos ellos,
Cuerpo oscuro y esbelto,
Te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
Y tú me das fuerza y debilidad
Como el ave cansada los brazos de la piedra.

El poeta como el farero. La escritura como acto de soledad compartida en muchos niveles: con el lector, con los personajes, con la tradición. Recuerdo haber leído hace mucho un artículo de José Ángel Valente en el que hablaba del espesor de la escritura poética, de cómo en la voz única de cada poeta resonaban las voces de toda la tradición anterior. Y también me he acordado de lo que el propio Valente escribió a propósito de San Juan de la Cruz en La piedra y el centro (1983):

Soledad o libertad esencial de la obra, cuya definición mejor acaso fuese predicar de ella las cinco condiciones del pájaro solitario, según las declaró Juan de la Cruz, que deberían los niños aprender de memoria -cantando- en las escuelas: "La primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente".

De otra soledad compartida, la del amor, nos habla el propio San Juan de la Cruz en uno de los poemas más intensos que conozco: el Cántico espiritual:

En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.

San Juan de la Cruz | Cántico espiritual | Hacia 1578




Y alas como las del pájaro solitario busca Alejandra Pizarnik, que ha sabido como nadie herirnos con palabras que siempre están al borde de un abismo y nos descubren verdades que, una vez dichas, parecen verdades naturales:

Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.

Alejandra Pizarnik | Las aventuras perdidas | 1958


La soledad del amor, la soledad del poeta, la soledad del lector. No hay nada más solitario que la lectura, que llega incluso a aislarte por momentos del mundo real (sentado como estás en tu sillón favorito), pero qué fácilmente se comparte y se contagia si nos dejamos llevar un poco. Estos días he leído un precioso articulo de Muñoz Molina, titulado Para todos los gustos, en que nos invita a leer sin prejuicios y sin miedo, a disfrutar con nuestro propio criterio. Me gustan los libros que te dan ganas de leer otros libros. Me ha pasado con este texto de Muñoz Molina y me pasó con La escritura desatada (2000), un incitante ensayo de José-Carlos Mainer sobre el mundo de las novelas, un libro lleno de puertas que se abren a otras lecturas, lleno de vitaminas que fortalecen tu ánimo lector. Te hace sentir como el lector adolescente que aún cree que puede leer todos los libros del mundo. Escrituras solitarias, lecturas compartidas. Vidas compartidas.



Pero tenemos que elegir. La vida nos impone, en sus límites, caminos que se separan, como en El jardín de los senderos que se bifurcan, el relato de Borges. Así lo ha visto el poeta argentino Roberto Juarroz:

Decir una palabra excluye a todas las otras,
abrir un libro cierra todos los demás,
pensar una sola cosa desequilibra el mundo,
amar a alguien es el mayor olvido.

El ejercicio puntual de una sola vida
no podrá tener sentido nunca.

Queda sólo encontrar el plural.

Roberto Juarroz | Octava poesía vertical | 1984




Y volvemos al farero solitario de Luis Cernuda, quien, gracias a su soledad, descubre a las muchedumbres, trabaja para ellas y, desde su puesto de vigia frente al mar, se siente unido al resto de los hombres:

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
Oigo sus oscuras imprecaciones,
Contemplo su blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y asi, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Puras ante la espera de una revolución ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
Transparente pasión, mi soledad de siempre,
Eres inmenso abrazo;
El sol, el mar,
La oscuridad, la estepa,
El hombre y su deseo,
La airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;
En ti, mi soledad, los amo ahora.

Luis Cernuda | Invocaciones | 1935

Quizá, al fin, solo seamos eso: soledades compartidas. Soledades que buscan alas. Vidas que tienen que encontrar el plural. Por eso he querido compartir hoy contigo estas reflexiones solitarias.



Fotografías | mags | Annette Pehrsson | book lovers never go to bed alone
Ilustración | Adrian Tomine

7 comentarios:

  1. Y yo como lectora recojo estas bellas palabras y poemas para disfrutar en soledad este precioso escrito.
    Un saludo
    Cristina

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  2. Es bonito eso de la "soledad compartida".
    Salu2 compartidos.

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  3. Maravillosas palabras compartidas desde tu "soledad sonora".
    He disfrutado esta entrada con los cinco sentidos. No en vano se balancea entre Luis Cernuda y San Juan de la Cruz, hermosura de versos que no cansan.
    Y he tomado nota de un libro por el que me has abierto el apetito lector: "La escritura desatada", de José Carlos Mainer.
    Un abrazo agradecido.

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  4. Gracias por estas reflexiones sobre la soledad, te voy a pegar una frase que he encontrado hace poco y nunca me habían explicado de una manera tan clara la necesidad de soledad:
    "I think solitude is often a necessary condition for freedom. One needs to be away from the distraction and the psycological clutter of our usual lives to know one's true self"
    Aron Wiesenfeld

    Gracias por estos post tan agradables.
    Felisa

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  5. Disculpame, pero Roberto Juarroz no es mexicano, es argentino.
    Saludos

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  6. Muchísimas gracias por la corrección, moro. Efectivamente, Juarroz es argentino y no mexicano. Quede aquí constancia de mi error, que corrijo en la entrada. Un saludo y gracias por leerme.

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  7. Christina que maravilla un alago seri escribir sobre libros ya publicados EXITOS

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