sábado, 28 de diciembre de 2013

De los límites de la memoria


La memoria es más vasta que nuestros recuerdos.
José Ángel Valente

Fotografía de Geraldo de Barros, Tatuapé, Sao Paulo, 1948.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Los tejados de París


Un sinfin de chimeneas se divisaba desde la ventana. Paulina las contemplaba distraídamente, y su fantasía encontraba formas extrañas en aquella inmensidad de tubos negros que se destacaban en el horizonte gris.

Había unas con una caperuza como el sombrero cómico de un chino; otra terminaban en forma de casco adornado por una flecha de hierro que fingía una cimera; algunas, torcidas en dos ángulos rectos, parecían jorobadas; otras concluían en una especie de linterna; la mayor parte, embutidas en grandes paredones espesos, en fila, de distinta altura, recordaban los tubos de un órgano.

El confuso amontonamiento de tejados que se divisaba desde allí tomaba el aspecto de una ciudad con sus calles y sus plazas, sus iglesias y sus monumentos.

En las horas de sol se distinguían azoteas llenas de musgo, paredes negras con escalas de hierro, veletas enmohecidas sobre sus vástagos, alambres de los pararrayos que corrían entre aisladores, torrecillas musgosas y flechas indicadoras de una dirección.

Al anochecer, cuando la oscuridad comenzaba a borrar los contornos de las cosas y el humo blanco de las chimeneas salía lentamente a perderse en el ambiente gris, estos paredones negros, estos tejadillos puntiagudos, estas filas de chimeneas tomaban un ambiente fantástico: eran murallas de un castillo defendidas por caballeros, eran centinelas solitarios que avanzaban valientemente hasta los bordes de un tejado, eran figuras monstruosas y absurdas como las quimeras de una catedral.

Pío Baroja | Las tragedias grotescas, 1907

La fotografía del globo de Mr. Henri Giffard sobre los tejados de París fue tomada por René Dragon en 1878, solo algunos años antes de que Baroja visitara por primera vez, en 1899, la vieja ciudad, y muy poco después de los acontecimientos narrados en la novela, cuya acción se sitúa hacia 1870. Paulina Acuña, frágil, delicada, pálida, de labios descoloridos, deja su bordado un instante para mirar los tejados desde la terraza de su cuarto piso de la Cour de Rohan. Allí se dispara su imaginación. Su vida solitaria, monótona y gris, se llena de geranios, arboledas y estanques misteriosos. Las callejuelas lóbregas son senderos que conducen hacia una jardín lejano. A su lado, un gato blanco, iluminado por la luz de un quinqué, es durante horas su única compañía.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Café literario


Como en La melancolía de los ríos somos amantes del buen café y los buenos libros, el otro día, cuando encontré por azar esta ilustración, cuyo autor desconozco, me puse a observarla con detenimiento y curiosidad. Me pareció ingeniosa la idea de sintetizar con humor todo un universo literario en una simple taza de café: una isla, sangre, un reloj, la cucaracha, el infierno. La verdad es que el café y los libros mezclan muy bien.  

Esta tarde de diciembre yo tomo café Baroja. Estoy en París, en el París antiguo anterior a la expansión de los bulevares. El Segundo Imperio tiene los días contados. Las tabernas están llenas de conspiradores: anarquistas, revolucionarios, legitimistas, españoles exiliados, bohemios sin futuro y sin obra. El café Baroja es negro, cargado, intenso. Se sirve en taza pequeña y con poca azúcar. Su sabor es algo antiguo, pero muy personal. Cada sorbo evoca multitud de vidas y ambientes que se entrecruzan en la vieja ciudad, ahora en pleno proceso de renovación. Secretos escondidos en un cajón, porteras de edificios oscuros y poco recomendables, callejuelas con nombres llenos de historia. Y tejados, muchos tejados. El café Baroja no es un café sofisticado, pero nunca defrauda. Es tan adictivo que siempre acabas repitiendo. Te lo pide el cuerpo.

Y tú... ¿qué café tomas hoy?